De sus alas se desprenden olores nauseabundos,
algunos les observan intimidados, esperando que el más pequeño del grupo que tiene ojos de ave y cicatrices en formas imposibles se coma el vagón entero. El niño del rostro sucio me mira, como quien se sabe sumergido en las aguas de un río sin retorno. Trato de desprenderme de su imagen, empapada en sudor y con los pies descalzos. Un futuro convertido en puñado de palabrotas, su hermano tal vez, se quebrantó por falta de infancia. Y la matrona curtida, perforada en la lengua por un brillo de fantasía, se besa descuidada con el ave de rapiña.
La verdad
y sólo la verdad me persigue. Someto tu palabra al máximo contraste con la esperanza de verla. ¡De tener un encuentro con ella! Quiero sacártela, como el corazón que se sale del pecho. Como la sangre que salta entre los pliegues de la herida reciente. Me persigue como un imposible. Me destroza su figura, no sé cómo luce. Sólo puedo advertir que tiene alas. El vientre se constriñe, no sé cómo se siente. Tal vez como el polvo compacto de las cosas viejas. Cuando creo ser yo la perseguidora regreso del trance y estoy flotando. Soy peso muerto. El aire quieto, las ramas en calma. No hay nada huyendo de mí. Al contrario, me observa. Si me persigue que me ataje en el aire, como bofetada sin dirección, como pájaro con las alas rotas. La incertidumbre es tan grande que me duele creer. |
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Mayo 2020
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BLOGSPOT Indira RojasPeriodista | Caracas, Venezuela Todos los textos publicados en este blog están protegidos por derecho de autor.
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